Ciudad Pegaso

La cara femenina de la fábrica Pegaso en una colonia obrera

El proyecto 'Obreras sin fábrica', impulsado por varias jóvenes de Ciudad Pegaso, recupera la memoria de las primeras mujeres que habitaron esta colonia.

Josefina, de 79 años, se fue del campo de Tiriez (Albacete) a la gran ciudad en los años 60.
ANNA DE MIGUEL.
Entre 1954 y 1956, se construyó en el noreste de Madrid una colonia obrera para albergar a los trabajadores de una de las fábricas de ENASA (Empresa Nacional de Autocamiones S.A.), popularmente conocida como “La Pegaso”. Esta colonia –hoy perteneciente al barrio de Rejas, en el distrito de San Blas–, no solo era peculiar por estar habitada por obreros de una misma fábrica, sino por su diseño urbanístico, que segregaba a los vecinos en función de su estatus social, determinado por su posición dentro de la empresa. Los directivos vivían en grandes chalets ajardinados, los mandos intermedios en chalets adosados y los obreros en bloques de pisos. La idea era que ninguno de ellos tuviera que salir del barrio para nada; desde las compras al ocio, todo estaba previsto dentro de las fronteras de Ciudad Pegaso que, de hecho, era un recinto vallado.

Carné de piscina de Ciudad Pegaso de 1982.
ANNA DE MIGUEL.
Quienes han estudiado la historia de este madrileño barrio, se han centrado sobre todo en la fábrica y en sus trabajadores, dejando de lado a las mujeres obreras que también habitaron Ciudad Pegaso desde sus inicios. Muchas de ellas llegaban desde sus pueblos de origen y no conocían a nadie, por lo que tenían que arreglárselas para tejer una red de apoyo sin contar con un espacio de socialización como el que tenían sus maridos en la fábrica. En estas mujeres se centra el proyecto Obreras sin fábrica, una iniciativa impulsada por un grupo de nietas y nietos de esas mujeres, que recopila en fotografías y textos los relatos de vida de algunas de ellas. Por ahora, han publicado un fotolibro que recoge las historias de ocho vecinas, pero el proyecto sigue creciendo.

Llavero y pegatinas de los años 80.
ANNA DE MIGUEL.
Este grupo de jóvenes está formado por la fotógrafa Anna de Miguel, el antropólogo Enrique Moral, la arqueóloga Bárbara Durán y la trabajadora social Claudia García. A excepción de Enrique, que ahora reside en Barcelona, Anna, Bárbara y Claudia llevan toda la vida en el barrio y se conocen a la perfección sus calles y sus historias. Sin embargo, echaban de menos el relato de sus abuelas y coincidían en la importancia de dejar constancia de él. “Siempre que se habla de Pegaso se habla de los hombres y de la fábrica, pero ellas fueron las que hicieron barrio”, explican. Han empezado por la generación de sus abuelas “que es la que más prisa corre”, pero la idea es seguir con las siguientes generaciones que habitan el barrio.
Paramos a saludar en la tienda de Pili, una de las pocas que todavía resisten desde los inicios de la colonia. Antes de Pili, allí trabajaron sus padres y ella ha visto lo mucho que ha cambiado Ciudad Pegaso en las últimas décadas, sobre todo desde que la fábrica fue vendida a IVECO en los años 90 y el aislamiento del barrio comenzó a hacerse patente. Y es que aquí, todo giraba en torno a la fábrica: todas las instalaciones del barrio, desde el colegio hasta el campo de fútbol, llevaban el nombre de Pegaso y hasta las baldosas de la calle tenían el logotipo de la empresa. En muchas de las casas aún se pueden ver ceniceros, llaveros o pins de La Pegaso, que son parte de la identidad de sus habitantes.

Julia enseña las fotografías de su familia.
ANNA DE MIGUEL.
Nos reunimos en un bar de la zona con tres de las vecinas que forman parte del proyecto Obreras sin fábrica. Carmela tiene 87 años y, como ella dice, es una pionera de Ciudad Pegaso. Originaria de León, llegó al barrio cuando éste todavía estaba en construcción y en él solo vivían cuatro familias. “Fue el día del Pilar, hará 63 años. Entonces no había nada, ni árboles ni aceras ni nada, sólo la casa, que nos pareció un palacio”. Carmela vino con su hijo –y embarazada del siguiente– para reunirse con su marido, que había conseguido trabajo en La Pegaso. “Como no conocíamos otra cosa, éramos felices, porque teníamos una casa y estábamos juntos”.
Julia, de 88 años y nacida en Alcázar de San Juan, llegó a Ciudad Pegaso a comienzos de los 60, cuando el barrio ya estaba construido. “El día que nos dieron el piso a mi marido y a mí, ese día nos tocó la lotería”, recuerda emocionada. Ambos venían de vivir en una casa en la que no había ni agua ni lavabo y cuenta que su marido, que había pasado años cargando tinajas de la fuente a casa, fue directo a ver el grifo; ella, directa a contemplar el váter. Como Carmela, Julia coincide en resaltar lo mucho que mejoró su calidad de vida cuando llegó a la colonia y el sentimiento de comunidad que se generó entre sus primeros pobladores. “Las vecinas para mí eran como hermanas, éramos uña y carne”.

Carmela sentada en su sofa.
ANNA DE MIGUEL.
Josefina, de 79 años, fue la última de las tres en llegar a esta zona de Madrid. Lo hizo desde Tiriez, un pequeño pueblo de Albacete, donde se dedicaba a trabajar en el campo. Su marido vino primero, ya que empezó a trabajar en La Pegaso con solo 19 años. “Me vine aquí encantadita de la vida. Cuando llegué, ya estaba todo hecho, había llegado hasta el tranvía”.
La vida de las mujeres en Ciudad Pegaso, como en tantos otros barrios de Madrid en los 60, giraba en torno a los hijos y a la casa. Ellas eran también las encargadas de mantener limpios los portales y las zonas comunes de los edificios. Se encontraban con las demás mujeres en las casas, en misa o en la calle, haciendo la compra o juntándose para coser, y se apoyaban entre ellas cada vez que necesitaban algo, ya fuera atender a los hijos de la vecina cuando esta tenía que ir a algún recado o haciendo un fondo común cuando costaba llegar a fin de mes. Las tres coinciden en que, durante los primeros años en el barrio, imperaban la confianza y la amistad. “Cuando mi hijo mayor hizo la comunión, estábamos muy mal económicamente y yo recuerdo que Paco, el carnicero, me dijo ‘llévese lo que quiera y páguemelo como pueda’. No se me olvidará en la vida”, cuenta Carmela. “Lo único que ha habido es diferencias entre la gente por la categoría que tenían en la empresa. Al principio, cuando vinimos aquí, en las tiendas te dejaban para el final: primero iban las mujeres de los jefes”, explican. Aunque iban y venían al centro de Madrid con cierta frecuencia, su vida transcurría mayormente en las fronteras de esta colonia obrera. A pesar del vallado, ellas afirman que nunca se sintieron aisladas.
Como parte de la iniciativa de Obreras sin fábrica, los rostros de las abuelas de Bárbara y Enrique –Dolores García García y Georgina Lazcano García– figuran en un muro que discurre junto a la antigua vía del tren, que puede verse cuando se accede al barrio desde el metro El Capricho. Carmela, Julia y Josefina están encantadas con que las generaciones más jóvenes se interesen por ellas, las entrevisten y les saquen fotos. “Sentimos que es un reconocimiento a lo que hemos hecho”.